Hoy los biocombustibles pueden ser un fantástico aliado para el transporte eléctrico, y por tanto, para seguir impulsando la sostenibilidad.
El uso de los biocombustibles es una regla en mayor o menor medida en todo el mundo. Brasil y Estados Unidos son los grandes productores a nivel global y, junto a la Unión Europea, también son los mayores consumidores. Sobre todo, son usados como aditivos del gasoil y la gasolina en diferentes porcentajes.
Un poco de historia y contexto
Bajo el término biocombustibles se engloban todos aquellos combustibles líquidos o gaseosos que derivan, de una forma u otra, de biomasa vegetal. Pueden parecer algo novedoso, pero, en realidad, ya Rudolf Diesel, inventor del motor que lleva su apellido, demostró que su máquina estaba preparada para funcionar con aceite vegetal. Lo hizo en la Exposición Universal de París, en 1900, utilizando aceite de cacahuate.
En la actualidad, los dos principales combustibles de origen vegetal son el biodiésel y el bioetanol. Mientras el primero se usa habitualmente como aditivo para el diésel de origen fósil, el segundo se utiliza como complemento para la gasolina. ¿Y en qué se diferencian ambos biocombustibles?
El biodiésel deriva de aceites y grasas vegetales y se cambia mediante una reacción química sencilla para que pierda viscosidad. Para su producción se utilizan principalmente aceites de palma, soja o colza.
El bioetanol es etanol derivado de la fermentación. Se produce fundamentalmente partir de caña de azúcar y de maíz.